Calor en la Sombra

“Calor en la sombra” no sólo es un álbum de la banda estadounidense de hard rock KISS, lanzado en 1989, y en donde se incluyen éxitos como “Forever”, “Cadillac Dreams” y “Hide Your Heart” (Esconde tu corazón), y en cuya portada Hot in the Shade (Calor en la Sombra) aparece una pirámide egipcia, que alegre se protege del ardiente sol con lentes negros.

“Calor en la Sombra” es el espacio de periodismo y difusión que ustedes estaban esperando, en el que aparecerán textos principalmente de mi autoría y a veces de amigos invitadoscomo artículos de análisis, frescos ensayos, crónicas, reseñas de libros, notas periodísticas, así como entrevistas, semblanzas o retratos de personajes del arte, la cultura, y por qué no, hasta de la política, entre otros temas de interés.

Así como algunos personajes pintorescos de dominio público y otros de la calle, que deambulan bajo la sombra del anonimato, y que en muchas ocasiones han aportado algo al mundo; aunque el mundo se haya olvidado de ellos.

Será también un espacio de difusión de otros blogs afines de periodistas y escritores amigos, plumas finas y lentes tenaces como el cronista Kristian Antonio Cerino, el periodista Víctor Ulín y el reportero gráfico Jaime Avalos, por mencionar algunos, relacionados a la causa, que viven y trabajan y respiran bajo la lluvia de fuego de Tabasco “Capital mundial del calor y los mosquitos”, donde la temperatura se dispara por encima de los 45 grados, y alcanza a la sombra, los 40. Tierra donde El sol se saca del bolsillo el día.

Ya sea en tu computadora, en tu BlackBerry o en un periódico que los publique, estos textos son ideales para disfrutar en la oficina, en el sofá de tu casa o en una hamaca… Siempre bajo el Calor que nos brinda la Sombra.

Sean ustedes bienvenidos, esta es su casa, pueden entrar en ella cuando ustedes gusten, o como dijera la canción de Eagles, Hotel California: “Puedes visitarlo cada vez que quieras, pero nunca lo podrás dejar…”

Atentamente:

Jaime Ruiz Ortiz

Fotografía de portada: Ricardo Cámara

Diseño de portada: Armando Gómez Romero

miércoles, 29 de marzo de 2017

CRÓNICA DE LOS HOSPITALES



Ya muerto pa´ qué quiero comer

Por Jaime Ruíz


Aquél hombre entró por la puerta de cristal, empujado en su silla de ruedas, una mañana de marzo a la sala de Psiquiatría y Cirugía del Hospital Juan Graham, de Villahermosa. Traía en la cabeza una boina de peluche con cola de mapache, y en sus ojos lucía una lagaña reseca.

― “Me duele mucho esta pierna”, decía aquel enfermo de unos cuarenta años.
― “A mí también me duele mi pierna”, secundaba una señora de unos cien kilos de peso, ataviada con atuendos sencillos (chanclas y vestido de flores), de cabellos cortos y esponjosos chinos.

Acomodados frente a frente. Hacían un recuento de sus dolencias:

― “Tengo un problema en los riñones”, volvía a decir el primero. Llamó la atención que a la hora de su arribo, alguien que se veía tan enfermo, trajera una Coca cola en la mano y unas enchiladas en un plato de unicel sobre las piernas, lo que provocó que más de uno lo contemplara con asombro y extrañeza.

― “A mí es la vesícula, me molesta”, completaba la señora.

Y el hombre de la gorra de mapache volvió a reprochar: “Yo prefiero comer frijol y no las verduras que me piden los doctores”.

Más que una sala de una clínica, parecía una competencia de los Récord Guinness para saber quién tiene más padecimientos. Mostraban, como un álbum familiar, sus dolencias: su catálogo de enfermedades.

En verdad ocurre que caemos presos de lo que el autor de Ante un cadáver, Amado Nervo, bautizara como “ese divino alquimista que se llama el dolor”. El cuerpo es una máquina, cuando fallan los engranes, dicen los que saben, se desviela.

― “Me duele la espalda, tengo colitis”, continuaba el conteo, y bebía un trago de refresco y acertaba otra cucharada a sus enchiladas con cebolla y queso.

― “A mí también” (su compañera de charlas no podía quedarse atrás): “El otro día me caí en el baño”.

La señora, que ya tenía rato ahí esperando su consulta, giraba instrucciones a su acompañante, al parecer su hija, “no te tardes”, “dónde andabas”, “ya te vas de nuevo”, “tráeme un refresco”. Hablaba como en la sala de su casa: fuerte y en confianza.

― ¿Y a ti por qué te pasan tantas cosas, no será que tienes azúcar?, preguntó la mujer.

― “Soy Cero Positivo” (Sida) ―contestó aquel hombre que dijo llamarse Benjamín. Habló de diálisis, de catetes, de inyecciones, de úlceras, de gastritis; de lo pesado que es ir desde su casa hasta los hospitales, las clínicas; que le inyectan morfina en un lugar llamado La Clínica del dolor―: “Antes pesaba yo noventa y dos, y ahora peso cincuenta… Lo bueno es que aquí me tratan bien”.

En la sala de Psiquiatría y Cirugía, aquel hombre tomaba, comía, eructaba.

― “El doctor me dijo que yo no debía comer guiso ni tomar Coca. Acabo de tomarme una y me comí tres enchiladas”.

― “Pero ya sabes que tienes que comer tus verduras y frutas”, asomó una enfermera su comentario, que se nota lo conoce, “pues tienes bajas tus defensas”, completó.

― Yo ya estoy harto de la carne asada, replicó el enfermo en tono irónico y burlón. Si de algo voy a morirme quiero que sea comiendo lo que a mí me gusta mientras viva. Si ya muerto pa’ qué quiero comer.



En los atrios del hospital hay una especie de parque (jardines, fuentes, pájaros silvestres; enamorados) y una especie de pila sin agua. Bancas de concreto donde la gente lee periódicos, come; platica bajo un tímido sol.

No sé por qué recordé las palabras de otro poeta, Villaurrutia, “sábana nieve de hospital invierno”, contemplando el mármol frío de aquel hospital; frío y gris como una lápida.

(Salimos del lugar) Afuera una carroza vieja de una funeraria rondaba el sitio.

― Alguien murió ―expresó mi madre en un tono gris.
― Esos siempre rondan por los hospitales ―contesté.

Un hombre que esperaba el Transbús se metió en la charla:
― Esos son unos buitres.
― No sólo buitres ―apunté―: Son carroñeros, carroñeros del dolor.








Este texto fue realizado después de una de una visita a este nosocomio en abril de 2009, sin llevar libreta ni pluma a la mano, a la manera del periodista estadounidense Truman Capote. Es un ejercicio de recuerdos: recordar frases, diálogos, lugares sin tomar un solo apunte, fue redactado después.